23.1.09

[releerse]

Días raros en la luna. Un hombre dudó sobre su insignificante destino mientras que un tanque atropellaba a una niña que tenía una muñeca de ojos muertos en la mano.
Un espacio que cada vez tiene menos sentido....
Una costumbre que está por caducar.
Fue sólo un sueño. Él quería ser como los demás. Pero piensa que está equivocado, que no hay nada mejor que la singularidad.
La gente ya no piensa lo que dice ni dice lo que piensa. Todos hablan y gritan mientras que rién y caen al piso por el efecto de las drogas.
Todo se ha convertido en un sinsentido. Y sólo queda una pregunta en el hombre...
¿ser uno más y entregarse al frío de la multitud en un subterraneo o quedarse sólo del otro lado del muro?
El hombre reflexiona.
Se da cuenta que la pregunta es incorrecta...
Entiende que es uno más, y que está del otro lado del muro... y que sólo queda ser lo suficientemente rápido para tomar una manta para poder soportar el frío.
Entiende que todos estamos condenados al mismo infierno. Que no queda otra opción.
Entiende que es un cobarde. Que todos somos unos cobardes.
Cobardes, y encima, paranoicos.





Leerse en el tiempo.

ser tiempo transcurrido 

leer el texto reloj

y verlo amarillo

y leido

y corregido

y olvidado.

Ser leido y leer al ser leido

y leerse distinto

pero mellizo

y hoy es mañana 

y ayer

y no

y ser el mismo

y ser diferente.

La identidad destruida.

Ser diferente en lo mismo.

Eso está bien Leonor. Pensemoslo así. Somos lo mismo, pero diferentes. El nombre nos aprieta. Nos une, nos mantiene unidos. 

Nombre propio como carcel. 

Somos gelatina.

Gelatina arrugada. 

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